miércoles, 18 de noviembre de 2009

El irracionalismo en Schopenhauer

Exposición de Tesis: el irracionalismo en Schopenhauer

El presente escrito fue pensado para ayudar en la exposición que presentaré al grupo sobre el tema de mi tesis, que tratará sobre el irracionalismo en Schopenhauer. Antes de empezar con el sucinto desarrollo del tema, quiero recordar al lector que el aspecto que me parece más relevante e innovador en la filosofía de Schopenhauer es justamente el irracionalismo. Para Schopenhauer el mundo es un lugar terrible, pero no debemos confundirnos y pensar que, puesto que el mundo es terrible, carece de sentido, sino que, a la inversa, hay que tener presente que el mundo, por carecer de sentido, es terrible. Así pues, el irracionalismo se vuelve manifiestamente el punto central de la propuesta filosófica schopenhaueriana, logrando influir con él a una parte considerable de la filosofía del siglo XX. Me parece que éste aspecto irracional de Schopenhauer merece enfocarse como objeto de una tesis con la finalidad de darle su relevancia adecuada para la filosofía.

Así pues, presento primero el capítulo sobre el mundo como representación, que versará sobre el fenómeno y lo irracional que contiene. Luego pasaré la exposición al segundo capítulo, que tratará sobre la voluntad y al final del cual se establecerá la irracionalidad de la misma. Por último, el capítulo revisaremos brevemente el tercer capítulo de la tesis, que tratará sobre la existencia humana. Este capítulo puede ser muy amplio e incluso salirse por completo del contexto deseable a que debe suscribirse una tesis, pero, en todo caso, lo someto a su consideración y crítica.

1) El mundo como representación

a) El fenómeno

Schopenhauer si bien es uno de los primeros idealistas poskantianos en hacer una crítica al filósofo de Königsberg, también parte del principio esencial de éste, a saber, la distinción entre fenómeno y cosa-en-sí. Para ambos, Kant y Schopenhauer, el mundo sensible es en última instancia un entramado de representaciones que ocurren en un sujeto. En este mundo todo obedece a algunas cuantas condiciones de posibilidad -tales como espacio, tiempo y causalidad- dadas a priori en el entendimiento humano.

b) La interdependencia sujeto-objeto

Esto quiere decir que todo el mundo está dado inmediatamente en la consciencia. Por esta razón, Schopenhauer rechaza el mundo objetivo como fundamento de lo existente, trasladando este fundamento al sujeto. Con arreglo a ello, no es acertado afirmar que el mundo objetivo, esto es, el mundo que se presenta como externo al sujeto pero que sólo ocurre en la consciencia de éste y como representación suya, persiste aun si el sujeto desaparece. Si todos los sujetos cognoscentes del universo se desvanecieran, el mundo objetivo perecería con ellos. Así pues, podemos afirmar que el enunciado subjetivo “el mundo es mi representación” es verdadero; sin embargo, su verdad es parcial, pues sólo afirma que el mundo objetivo depende del sujeto, cuando también el sujeto, por su parte, depende del mundo objetivo en tanto que gracias a éste el sujeto es lo que es, o sea, un sujeto cognoscente; sin mundo objetivo, el sujeto carecería de representación alguna y, por tanto, dejaría de ser un sujeto. “Si despojamos al sujeto de todas las determinaciones y formas de su conocer, eliminamos también todas las propiedades en el objeto, y no queda nada más que la materia sin forma ni cualidad, la cual puede acceder a la experiencia en tan escasa medida como el sujeto sin las formas de su conocer y, al quedar la materia en cuanto tal frente al sujeto desnudo, como reflejo suyo, sólo puede desaparecer simultáneamente con él” (El Mundo como Voluntad y Representación, vol. II p. 25).

Con arreglo a todo esto, el sujeto y el objeto se encuentran en una relación de dependencia recíproca.

c) Irracionalismo fenoménico, patente por la inexplicabilidad de las fuerzas fundamentales del mundo fenoménico.

Al decir que existe una relación de codependencia entre sujeto y objeto afirmamos que hay tal cosa como un sujeto que conoce un objeto y que hay, asimismo, un mundo objetivo en que el sujeto está inmerso, aunque dicho mundo objetivo sea una representación del sujeto. Por supuesto, el hecho de ser el objeto una representación del sujeto no le quita al primero su realidad (pues de lo contrario nos encontraríamos ante un solipsismo insostenible). El mundo empírico existe, aunque no es una cosa en sí, sino una realidad dependiente del sujeto. Éste es uno de los principios del idealismo trascendental sostenido por Kant y Schopenhauer.

El mundo empírico, considerado como realidad existente, es susceptible de ser estudiado y explicado mediante las ciencias naturales. Ahora bien, una explicación es una relación entre los fenómenos en que se establece su por qué. Sin embargo, en las ciencias, que es donde propiamente se buscan las explicaciones, se presuponen cualidades ocultas de la materia, en las cuales no se puede ahondar ulteriormente. En efecto, si todos los fenómenos se ciñen a lo que Schopenhauer llama el principio de razón suficiente[1], que da cuenta del por qué –y una de cuyas modalidades es la causalidad empírica tal y como la entienden las ciencias-, y si la causa de tal o cual fenómeno radica en una fuerza primigenia de la naturaleza –v. gr. La gravedad- entonces no cabe preguntarse por la causa de esa fuerza. El hacerlo equivaldría a preguntar por el por qué del porqué, esto es, por la causa del principio de la causalidad. A lo sumo se pueden reducir unas fuerzas a otras más originarias, pero siempre quedará un reducto inexplicado de fuerzas misteriosas. Luego, no es posible dar una explicación científica de la totalidad del mundo empírico. Nos encontramos, pues, ante la primera manifestación del irracionalismo schopenhaueriano.

2) El mundo como voluntad

a) La voluntad como entidad trascendental al mundo fenoménico

Como he mencionado al principio de este escrito, Schopenhauer retoma la distinción kantiana entre fenómeno y cosa en sí; por el lado del fenómeno, puede afirmarse que no hay mucha diferencia entre ambos filósofos, pero por el lado de la cosa-en-sí sí que la hay: en Schopenhauer la cosa en sí es lo que él llama la Voluntad.

La Voluntad es, propiamente, en tanto que entidad metafísica, el único ser que existe. Todos los sujetos y todos los objetos son manifestaciones de una única Voluntad. Pero se entendería mal a Schopenhauer si se interpretara la Voluntad como un principio metafísico más, tan oscuro como cualquier otro, mediante el cual no se avanzara en nada en el esclarecimiento del mundo. Todo lo contrario, para Schopenhauer la Voluntad es preferible al concepto de fuerza –cósmica- debido a que es inmediatamente cognoscible, aunque sea por analogía, por nosotros, al ser encontrado en todos y cada uno de los seres humanos. En efecto, nosotros mismos podemos darnos una idea más o menos clara de lo que es la voluntad mediante un simple ejercicio de introspección; basta con apercibirnos del funcionamiento de nuestros actos, impulsados antes que nada por nuestra voluntad; si quiero, puedo mover mi mano, parpadear, caminar. Basta con que mi voluntad se presente en una dirección u otra para que mi cuerpo haga lo propio. Esto constituye el mejor ejemplo de lo que Schopenhauer denomina una manifestación u objetivación de la Voluntad.

b) Los niveles de objetivación de la voluntad

Todos los objetos del mundo empírico son en el fondo objetivaciones de la Voluntad, pero no todas las objetivaciones tienen el mismo estatus de perfección: primero están, en el nivel más bajo, esto es, con la menos individualidad posible, las leyes de la naturaleza, que rigen el mundo fenoménico en general; luego vienen los objetos inertes, las plantas, los animales y, por último, el ser humano. La razón de este ascenso en la escala de la perfección se debe en parte a la susceptibilidad a hacerse representaciones. Los objetos inertes son incapaces de representarse nada, sólo son objetivaciones de la voluntad en tanto que existen y están sujetos a las leyes naturales. Las plantas, aunque son incapaces de tener representaciones propiamente dichas, actúan según estímulos. Los animales se mueven por mor de motivos y por tanto requieren de representaciones[2]. Los seres humanos tienen, además de representación, el intelecto, que les permite formarse conceptos con los cuales representarse fines más complejos y mediatos.

Como vimos en el último inciso del apartado sobre el mundo como representación, las fuerzas naturales que la ciencia da por supuestas como base para explicar los fenómenos son también, en sí mismas, objetivaciones de la voluntad. Por esta razón la ciencia deja sin explicar alguna porción del mundo fenoménico; en este nivel de objetivación más bajo, el mundo fenoménico casi colinda con el de la Voluntad, lo que hace que escape a la posibilidad de explicación.

c) Descripción de la voluntad

Con todo lo que hemos dicho sobre la voluntad –que es bastante poco considerando los límites de extensión a que ha de ceñirse este escrito- aún no queda claro cómo es esta Voluntad omniabarcante en las características que le son propias, abstracción hecha de todo cuanto sea objetivación fenoménica suya. Esto, es verdad, es un punto bastante oscuro del pensamiento de Schopenhauer. La Voluntad es la única sustancia –al modo spinoziano- del universo. Actúa ciegamente, pues no se trata de una inteligencia –a la manera del nous de Anaxágoras- que actuara según fines autoimpuestos. Se trata de un puro querer sin objeto ni satisfacción posibles, que se alimenta a costa de sí mismo. En suma, se trata de un absurdo de proporciones ontológicas. Sin finalidad, sin orden, un mero caos que se adquiere un orden únicamente merced al sujeto cognoscente, que en el fondo no es sino la más perfecta de sus objetivaciones. En la esencia de la Voluntad yace el otro modo del irracionalismo schopenhaueriano, esta vez un irracionalismo que radica en la raíz común a todas las cosas.

3) Existencia humana

a) Consecuencias del irracionalismo fenoménico

Si el mundo fenoménico ha de dejar siempre un residuo inexplicable por la ciencia, tal parece que la idea de progreso –esto es, progreso hacia un fin determinado en que la ciencia alcance un conocimiento total y absoluto- debe quedar desechada. Todo avance de la ciencia que pretenda explicar el mundo desde un materialismo está condenado a reducir fuerzas de la naturaleza a otras más originarias, con lo que se posterga indefinidamente la posibilidad de explicación de la totalidad del mundo. Además, si el ser humano es en esencia Voluntad y no intelecto y, en consecuencia, el segundo está supeditado a la voluntad individual, tal parece que no es posible una búsqueda desinteresada de la verdad. Si esto es así, entonces hemos de considerar el mundo meramente como una suma de intereses individuales enmascarados tras pretensiones de verdad. Esto constituye una filosofía de la sospecha tal como la practicaba Nietzsche, que se infiere directamente de las premisas establecidas por Schopenhauer y que tanto nos es útil para entender el mundo de nuestros días.

b) Consecuencias del irracionalismo metafísico

Si el sustrato del mundo es irracional, ciego, carente de finalidad, en una palabra, absurdo, entonces la existencia humana es también absurda. Por eso el sabio sileno le dice al rey que el mayor bien es no haber nacido y, el segundo mayor bien es morir pronto. Por eso el pesimismo de Schopenhauer y su consecuente ética de la renunciación parecen justificados a primera instancia. Pero esto bien podría no ser así, tal como aprendemos en Nietzsche. Se puede afirmar la vida aunque sea absurda y quererla más que a cualquier cosa.

La ética de la negación parece impracticable y anticuada. La ética de la afirmación parece un irrefrenable y destructiva si se entiende mal. ¿Entonces, cómo vivir? ¿Cómo hacer compatible el absurdo de la vida con el amor a la misma y el respeto a la de los demás? Esta será, al parecer, la gran pregunta que, aunque se encuentre muy por encima de mis fuerzas, deberá guiar mis reflexiones posteriores a la tesis que estoy por escribir. Pero se trata también del problema central en que se articulan los planos ético y metafísico de la filosofía schopenhaueriana. También se trata de un problema existencial, de papel preponderante en la filosofía del siglo XX. Con esta última consideración es posible al menos apreciar el alcance y la importancia de la filosofía de Schopenhauer, a la que tan poca justicia se le ha hecho.



[1] El principio de razón suficiente es originalmente de Leibniz; dicho principio enuncia que no es posible que se produzca un hecho sin que haya una razón para que tal hecho sea así y no de otra manera.

[2] Esto es porque, para Schopenhauer, el entendimiento, que es la capacidad de hacerse representaciones, responde a la necesidad biológica de la voluntad. Así vemos que en el caos de los animales, que tienen capacidad motriz, requieren de representaciones para tener un mundo en el cual moverse y así satisfacer sus necesidades vitales.

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